...


BLOG DE JUAN YÁÑEZ.., quien se complace de tenerlos por aquí...

Así los últimos serán los primeros y el primero el último: Pues muchos serán llamados, pero pocos los elegidos...Mateo 20:1-16

No somos seres humanos pasando por una experiencia espiritual.., somos seres espirituales pasando por una experiencia humana.

sábado, 7 de enero de 2012

VIAJE A LA INDIA


Juan Yáñez


DEDICATORIA

Con todo mi afecto y devoción a Swami Chidananda, el último de todos los virtuosos santos de la antigua gesta de los

 Grandes Maestros de la milenaria India.


Swami Chidananda Saraswati

VIAJE A LA INDIA


Contenido



Dedicatoria

Introducción

Bombay

Rishikesh y el Ganges

Benares

Puri

Hayderabad

Bod Gaya

Tiruvannamalei

Calcuta

Swami Chidananda

Imágenes de Swami Chidananda

Los Tres Sdhus

Los Monos

Los Leprosos

Prohibido Pescar

Tormenta Eléctrica

Nueva Delhi

Viaje a la India (Epílogo)




INTRODUCCIÓN: 

Llegamos a la India  en los últimos días de 1971 y permanecimos con la excepción de un integrante, hasta mediados de julio de 1972. 
Formámonos un pequeño grupo de tres personas y mi labor entre otras, consistía en una  anotación meticulosa de un diario con la mayor precisión posible de fechas, lugares, personas y sucesos, incluyendo comentarios y observaciones de toda naturaleza. El propósito en un principio y de común acuerdo, formaba parte de un proyecto de libro, o de narraciones de viaje que incluía un importante soporte fotográfico que al igual, ignoramos su destino.  
        Lamentablemente para la tarea que aquí inicio, solo por mi cuenta y riesgo, tiene como punto de partida los recuerdos que aún pululan por la mente. Han pasado muchos años y circunstancias, y aunque el documento  original suponemos existe,  ya  no disponemos de aquellas notas, que fueron plasmadas en varios cuadernos, escritos de mi puño y letra. Es solo con la ayuda de la memoria de la que me valgo para escribir estas líneas. Las mismas en muchos casos pueden no tener un orden cronológico preciso. Han pasado más de  treinta y cinco años.  Muchos de los  recuerdos están vívidos en mi memoria, muchos se han olvidado o lucen deslucidos o velados.  Pero en líneas generales, lo importante, lo anecdótico está allí. Lo he escrito por motivación personal, como una necesidad de evaluar hechos trascendentes, que aunque  lejanos en el tiempo, presentes en lo personal al menos,entre mis más apreciados recuerdos. Asimismo para dejar un testimonio de experiencias que forman parte de nuestro paso por la vida y merecen dejar testimonio.
        Al igual que con otros escritos, éste me ha deleitado hacerlo y es probable que al recordar algo que creía olvidado lo agregue posteriormente si fuera necesario para darle la necesaria veracidad.
        El recordar lo vivido no solo emociona e incita a  la nostalgia, sino que  invita a la reflexión  y a la revaloración de los hechos y de los protagonistas.
        Espero motivar  a los que se animen a leer estas líneas,  a que al   menos  les  resulten  amenas y  así rebasar mi intención de  hacer con ellas solo una  tardía crónica de viaje. 
 
                                              Juan Yáñez,  Octubre de 2007                                                                                               


BOMBAY


                        Fue la puerta de entrada a la India, llegamos una madrugada temprano, en un vuelo de Suissair, que había comenzado en  Zurich, hecho una escala en Atenas  y de allí rumbo al oriente.
 Estábamos viajando a 900 km. por hora en sentido contrario a la rotación de La Tierra, ―yendo hacia el este― por lo que el tiempo en los relojes transcurría velozmente.
Fue un vuelo nocturno. Por las ventanillas observábamos abajo, el fuego de innumerables mechurrios de refinerías petroleras. Nos dijeron que sobrevolábamos Irak.
 Casi todos los pasajeros permanecíamos  despiertos. Las azafatas, fieles a los horarios de las comidas,  las servían con demasiada asiduidad. Algunos pasajeros francamente golosos aceptaban las exquisiteces que servían a bordo reiterativamente  y  a otros ya satisfechos nos consentían con chocolates.
Al fin por los parlantes nos anuncian la proximidad de nuestro destino.  Eran las tres de la madrugada cuando aterrizamos en Bombay.
  El aeropuerto estaba desierto (seguramente por la hora)  y después de cumplir con las formalidades, que incluyeron que se anotara en el  pasaporte de uno de nosotros el equipo fotográfico  y cinematográfico que traíamos, para que quedara constancia del mismo y no lo vendiéramos. De esta manera nos obligaban a llevarlo con nosotros cuando partiéramos. (Lo vendimos por necesidad antes de finalizar nuestra estadía, y nos causó bastante problema, con los funcionarios de aduna el no tenerlo a la partida).
 Nos dirigimos en un taxi hacia el centro de la ciudad. El viaje duró casi una  hora y lo que más nos sorprendió fue ver la gran cantidad de gente durmiendo en las calles, algunos hasta en camas improvisadas. Se veía mucha suciedad y miseria. Después supimos que esas personas no tenían vivienda. Familias enteras  armaban un tenderete en plena vía pública y allí vivían.
  El chofer nos dejó en un hotel frente a la costa, en una ancha avenida. La habitación era amplia, confortable y amoblada al estilo inglés. Tenía un excelente servicio de comida en las habitaciones, con una extensa carta de platos, todos de la afamada cocina india. La comida era aceptable, con la excepción de su exagerado picante. Intentamos varias veces en que nos suprimieran ese condimento, inútilmente. Ellos siempre sostenían que lo que nos servían no estaba picante. Después supimos que hubiéramos evitado esta molestia si el hotel elegido hubiere sido de cocina internacional. Afortunadamente fue una corta estadía, aunque la  alimentación en la India siempre fue un problema, con algunas  excepciones.
 Por las amplias ventanas de la habitación nos tocó ver las celebraciones del 31 de diciembre de 1971. Festejaban por la calle ruidosamente,  un verdadero gentío hasta muy tarde.  Hasta un cuervo se animó a meterse en el cuarto e intentó posarse sobre las aspas del ventilador de techo que giraba lentamente, en  esa noche tan ruidosa.
Por la mañana tuvimos oportunidad de ver esa metrópolis, tan extensa y poblada. El contraste entre el lujo y la pobreza abunda en ella. Había palacios, monumentos, edificios modernos, rascacielos cubiertos de mármol. Todo ello limpio y ordenado. Vimos también  barrios pobrísimos, donde es imposible pasar, sin que te acosen mendigos, hasta para quitarte lo que llevas.
 En la avenida costanera vi  a un encantador de serpientes. Era uno de esos típicos y exóticos personajes tan vistos en todo tipo de medios: Un individuo delgado, con turbante, sentado sobre una estera, tocando la flauta,  frente a una cesta que contiene una cobra erguida, meciéndose. Después de esta representativa imagen,  me percaté al instante,  de que  ya no cabía la menor duda de que me encontraba en la exótica India.
 En un gran mercado compramos algo de ropa, telas, un sari para Tamara, la única dama del grupo y otras prendas de vestir y los artículos  necesarios para prepararnos de comer y beber durante el viaje y cuando se pudiera.   De  Bombay  partimos rumbo a Rishikesh, ya con nuevo vestuario a la usanza del país, aunque  un poco alejado del apropiado. Después con el tiempo aprendimos a vestirnos como correspondía.
 En el hotel dejamos en depósito una maleta, -que nunca retiramos, hasta lo que yo sé-  conteniendo prendas que no íbamos a necesitar en el largo periplo que allí comenzábamos.
 El viaje  fue en tren, como casi todos los que hicimos en este extenso país. Recuerdo uno, muy incómodo en autobús y otro en avión hasta Madrás. Salimos una noche de la gran estación ferroviaria de Bombay, en un tren repleto de pasajeros. Ocupamos un compartimiento privado, opción que casi siempre utilizaríamos en nuestros viajes por ferrocarril.
 Allí comenzábamos a descubrir y comprender a ese pueblo con tantos matices culturales. Fue una verdadera aventura que duró más de cinco meses en los  que hubo pocos momentos de comodidad y casi nada  de deleite turístico.
  Las dificultades son infaltables en esta clase de viajes y eso lo  teníamos perfectamente claro y aceptado. Abundó la satisfacción de conocer e intervenir en las costumbres de este pueblo tan pródigo  y comunicativo. Conocimos y compartimos la vida cotidiana  que se escenificaba en  las ciudades, los pueblos, las viviendas, los templos, las comunidades religiosas, los transportes públicos, etc., etc.
  Siempre, o casi siempre  hubo un beneplácito y un respeto  mutuo en nuestras relaciones con las personas de este amplio y exótico país.


RISHIKESH  Y  EL  GANGES

                                              Es una pequeña ciudad del norte de  la India,  enclavada en los Himalayas y a las orillas del Ganges, el río sagrado. Este río nace a doscientos kilómetros de esta ciudad, se origina en un glaciar del Himalaya  a unos casi 7.000 metros de altura, es muy caudaloso, de fuerte corriente y de  un bello azul verdoso.  El cielo en absoluta  armonía con el río es puro y transparente de un notable azul  profundo.
En este lugar, en los meses de diciembre y enero la temperatura del agua es fría. Luego hasta fines de abril  es agradablemente templada. En mayo,  cuando el calor empieza a intensificarse es considerablemente más  fría, por causa del deshielo, que se produce en la alta montaña. En esta época a causa del calor, uno se siente tentado a meterse en el agua. Lo he hecho  y la primera sensación, cuando el agua llega hasta las rodillas es de agradable frescor. Al seguir avanzando en el río y teniendo  el agua a la altura de la cintura,  la sensación se convierte poco a poco en desagradable. Cuando el agua nos llega al cuello el frío es insoportable  y lo que hacemos es salir inmediatamente del agua y disfrutar del calor ambiental. Cuando arrecia el calor, en el preludio del monzón observamos que el cielo pierde su transparencia. Es  como una neblina  que opaca su azul intenso.  Nos explicaron que el fenómeno se debe a un fino polvo que proviene del desierto de Gobi, en China, a mas de mil kilómetros de allí,  que los vientos arrastran del suelo y lo elevan a la alta atmósfera trasladándolo por encima de los altos picos del Himalaya, hasta cubrir toda esta región.   
  Rishikesh  es una ciudad sagrada, objeto de peregrinación,  con innumerables templos. Allí encontramos muchísimos sadhus, (ascetas) y devotos que recorren el país visitando los lugares considerados santos. Llegamos allí, los primeros días del año 1972. Nos instalamos en el Ashram Sivananda, institución de índole religiosa, que abarca todas las ramas del pensamiento espiritual de la India.
 Hacía bastante frío. El abrigo popular entre los hindúes, bastante generalizado,  consistía simplemente en una manta que colocaban sobre sus hombros. En este lugar, en el propio  invierno y dada la proximidad de  la alta montaña,  el frío al despuntar la mañana era intenso. A medida que transcurría el día la temperatura se moderaba.
  Nos alojaron en una vivienda próxima al edificio principal, frente al Ganges.  Allí unos muchachos temprano en la mañana, de unas enormes calderas nos servían un té casi hirviendo con unos duros,  aunque sabrosos bizcochos.
 Lamentablemente  el superior del Ashram, el Swami Chidananda, se encontraba ausente en viaje pastoral por el país. Lo  habíamos conocido en Buenos Aires, en ocasión de su visita a nuestro instituto en 1969..  Su ausencia  alteraba nuestros planes, y sin tener  fecha precisa  de su regreso,  el maestro decidió continuar nuestro viaje por suelo indio, siguiendo los proyectos   de visita a lugares y entidades. Asimismo intentar un encuentro con Swami Chidananda.  Partimos,  no recuerdo por donde comenzamos.  Recorrimos pueblos, ciudades y todo aquello de nuestro interés. Después de transitar por parte del país, ―llegamos hasta Madrás, en el sur del subcontinente)― coincidimos con  Swami Chidananda en Cuttack. Las peripecias de este viaje ocupan más de un capítulo y no es mi intención de relatarlas en este. Por ello vuelvo a narrar lo acontecido en Rishikesh:
 Regresamos al Ashram Sivananda, tal como se acordó con Swami Chidananda,  para esperar su regreso. Allí estuvimos alojados con cierta comodidad, con algunas breves pausas, por cortos viajes, hasta nuestra partida definitiva de la India en el mes  de julio,  antes del comienzo del monzón, o sea la temporada de lluvias.  Yo me ocupaba de hacer las compras, además de cocinar. Pasábamos el día en la ribera izquierda del Ganges, ―que era un amplio espacio de fina arena―,  el que cruzábamos en un bote colectivo repleto de peregrinos. El río tiene en ese lugar un ancho de unos trescientos metros y por ser zona montañosa una fuerte corriente.  En él nos bañábamos, la temperatura en esa época del año,  ―a partir de marzo― era agradablemente cálida. Lo cruzaba a nado  casi diariamente. Mi traje de baño era una especie de taparrabo. Al nadar hacia la otra orilla llevaba otra prenda que usan los indios, llamada dhoti que consiste en una tela que se arrolla a la cintura y cubre las piernas hasta más abajo de las rodillas.  La referida prenda,  cubría mi impúdico aspecto al llegar a tierra firme. Contra  todo pronóstico llegaba seco. Lo enrollaba a modo de turbante sobre mi cabeza, que mantenía erguida. Al llegar a la orilla cubría mi cuerpo desde la cintura hacia abajo  con el dhoti,  marchaba hacia el correo y si había correspondencia, al partir a nado de regreso la colocaba sobre el improvisado turbante, me echaba al agua y llegaba a destino sin mojar jamás  ni las cartas ni la tela. En otras  oportunidades, de esta misma forma transporté medicamentos. Una de ellas lo hice de noche y lloviendo. Al regreso, la corriente casi  me llevó hacia unos peñascos peligrosos. Otras de las peculiaridades eran las vigas  de madera que de un aserradero lejano  arrojaban al río, para facilitar su transporte. Eran grandes y muy pesadas. Con ellas, encimándolas con bastante esfuerzo,  hacíamos balsas, en las que cruzábamos hacia  la otra orilla.
 En otras ocasiones observé un bulto que se desplazaba por la superficie del río. A la distancia me parecía ver  una vaca. Luego al acercarse a la orilla descubro que es un cuero de vaca cosido e inflado con un hombre que apoyado sobre él, y con una especie de pequeñísimo remo, que utiliza como timón, navega por el río.  Lo asombroso que este navegante mostró fue al llegar a la ribera. Desinfló el cuero, lo dobló cuidadosamente,  lo acomodó en un morral y siguió su travesía por tierra. Posteriormente alguien me explicó la razón de esta manera de navegar: Son aldeanos que habitan a considerable distancia de allí y  aprovechando la corriente y el tiempo templado,  se acercan a las zonas urbanas, para proveerse de lo necesario y luego regresan obligatoriamente por tierra.
La comida en este lugar tuvo el inconveniente de ser  vegetariana en grado superlativo, al ser un sitio de peregrinación. Su religión  prohíbe el sacrificio animal, por ello que no es posible encontrar normalmente carne,  huevos  o pescado. No estábamos acostumbrados a una dieta  exclusivamente vegetariana  tan  extensa, por lo que  nos vimos obligados a tratar  de localizar alimentos de origen animal. En una ciudad cercana, llamada Haridward,  mas grande y comercial conseguía, en una tienda de víveres, latas de atún y corned beef,  hasta que las acabamos (eran el alimento sobrante de algunos visitantes extranjeros que dejaron al partir). En otras oportunidades conseguía huevos, los cuales me eran vendidos ocultamente como si se tratara de un artículo que violaba las leyes. Por ellos recibimos en una oportunidad una dura crítica, con amenazas incluidas, por parte de presuntos religiosos, al estarlos preparando fritos, en la ribera arenosa del Ganges. Es oportuno aclarar que Swami Chidananda, conocía, aceptaba y comprendía plenamente nuestros hábitos alimenticios y en una oportunidad intentó obtener algún alimento adecuado para nosotros, si mal no recuerdo fue en Cuttack.   
No quiero olvidarme aquí de una amistad, llena  de afecto y gratitud. Me estoy refiriendo a Francesca, ―así la bautizamos—una perra cariñosa que nos acompañó en la playa del Ganges en el final de nuestra permanencia. en Rishikesh. Ella soportaba la intrusión  despiadada, en sus oídos de unos indestructibles insectos. Estos entraban y salían de sus oídos a su antojo. La pobre,  muy molesta, sacudía su cabeza y restregaba con sus patas  sus orejas con la inútil finalidad de expelerlos. Eran unos bichos acorazados, que soportaban  el aplastarlos, sin perjuicio alguno. Si lo arrojábamos lejos volvían nuevamente a la perra. Afortunadamente logré descubrir que se ahogaban con facilidad. Entonces  a la orilla del río, tomaba a los  parásitos y los mantenía sumergidos unos segundos, hasta que asfixiados los llevaba la corriente. Así uno a uno logré eliminarlos. Francesca agradeció siempre esa asistencia con su cordial compañía.
 Hubo otros dos hechos tristes: uno fue la muerte de un joven austriaco, al zambullirse en el río; causada por paro cardíaco,  producido  por el súbito contacto de su cuerpo con el agua helada, cuando  la temperatura ambiente excedía los 40 grados centígrados.  El otro fue la breve enfermedad y la posterior muerte de un sadhú (asceta), ―quien encontramos un día, al borde del sendero ribereño que transitábamos a diario para llegar a la playa del río―  enfermo por una dolencia desconocida. Intentamos comunicarnos con él inútilmente. Al tocarlo solo  abría sus ojos,  que denotaban un  intenso agotamiento.  De allí mismo  regresé  hasta  un pequeño  hospital cercano para pedir ayuda. Hablé con el médico de guardia y expliqué el caso. Su respuesta fue decepcionante. Me explicó pacientemente, que el hospital no tenía suficiente capacidad  para atender al sinnúmero de enfermos que allí acudían. En la India se acepta resignadamente aquellas carencias dadas por la indigencia y la superpoblación. Al día siguiente lo encontramos agonizando. Al subsiguiente ya no estaba, había expirado. Conversando con aquellos lugareños con quienes compartimos el suceso,  confirmaron ese estoicismo, en el cual se acepta lo inevitable sin afectación alguna.
 En este lugar habíamos hechos algunos amigos, con los que compartimos nuestra  permanencia. Fueron unos  tres meses, que pasamos en Rishikesh  con muchos inconvenientes y carencias. Uno de nosotros no soportó el trajín, enfermó y tuvo que viajar urgentemente de regreso,  por vía aérea, con un pasaje que nos enviaron desde Buenos Aires. Quedamos Tamara y yo. En los últimos días, ella leyó frente al Ganges, el Bhagabad Gita a manera de oración.  De allí partimos hacia Nueva Delhi, para finalizar las diligencias necesarias para nuestra despedida de la India, narración que incluiré en el capítulo sobre Nueva Delhi.



        En esta imagen en la que aparece Swami Chidananda en primer plano, se observa al fondo el río Ganges, a su paso por Rishikesh,  en el preciso lugar donde solíamos pasar el día. Esta es una foto reciente, en aquella época no existía el puente colgante que en esta observamos

BENARES

                        Visitamos  esta ciudad, edificada a orillas del Ganges.  Aquí este río se hace ancho y perezoso. Es  la urbe que representa más profundamente a las creencias religiosas en la India. Es muy antigua y se dice que está edificada sobre siete ciudades. El hinduismo la considera superlativamente sagrada.
 Existen más de mil templos. La mayoría edificados a la orilla del río,  apiñados entre otras edificaciones. Uno de ellos es el famoso templo dorado, con su interior decorado con el metal homónimo. Intentamos visitarlo, no fue posible por lo disparatado precio que su cuidador cobraba por su entrada.
 En  las orillas del Ganges existen unos terraplenes con escalones por donde se alcanza el río, son los llamados ghats. Por allí bajan los peregrinos, que llegan por miles,  a bañarse con la finalidad de lavar sus pecados.  Navegamos por el río  en una improvisada embarcación  turística  que cercana a la costa  hizo su recorrido. Contemplamos desde allí esta original ciudad, única e inconfundible.
Es creencia que dejar de existir en Benares, significa la salvación definitiva de la rueda constante de morir y renacer. Por ello muchos ancianos,  viendo cerca el fin de su vida, aquí se instalan, esperando pacientemente la muerte.
 El hinduismo practica la incineración de los cadáveres y para ello, en algunos  ghats  los cuerpos son cremados en piras funerarias, los restos al finalizar la cremación son arrojados al río, que su lenta corriente lleva hacia el mar.  Una noche me atreví  presenciar estas ceremonias. Fue en un ghat funerario,  cuyo nombre no recuerdo,  siendo el  mas conocido y donde diariamente cremaban a más de cien de fieles, que eran llevados en una especie de camilla hecha con un lienzo y un par de palos que transportaban  unos portadores  sobre sus hombros,  seguidos por sus dolientes. Llegué al lugar alrededor de las diez de la noche, oculto el rostro para no ser reconocido como extranjero, −los que allí no eran aceptados−. Me senté discretamente en la escalinatas entre los  deudos de los que allí incineraban. Habría encendidas unas cinco piras cuando llegué.  En la oscuridad de la noche las llamas iluminaban la escena, dando un peculiar dramatismo. A ello se agregaban los cánticos  fúnebres.  El ambiente era tenso y causaba una fuerte impresión. A ratos llegaban nuevos cortejos y los difuntos eran colocados sobre leña  que utilizan como combustible. De inmediato encendían la pira, la que ardía  intensamente durante un tiempo. Al apagarse, los restos  carbonizados eran arrojados al río, sin estar totalmente transformados en  cenizas. Permanecí allí durante un largo rato, quizás el suficiente para reflexionar sobre el sueño eterno.
 Regresé al hotel ya a una hora avanzada, recorriendo las estrechas y misteriosas calles apenas iluminadas. En ellas, a sus costados en las edificaciones existen unos cubículos  profundos,  en los que se practicaban sospechosos cultos a Shiva.  El ambiente era francamente atemorizante. Algunos de estos practicantes me salieron al paso, creo que a pesar de ocultar mi rostro, no los engañaba en mi condición. Los esquivé  prudentemente,  apuré el paso y con el amparo de la providencia llegué sin equivocar el camino hasta el hotel.
 Otra de las insólitas experiencias fue ver a supuestos  sadhus generalmente muy delgados, cubiertos  con ceniza y completamente desnudos. Algunos de ellos  viajando en bicicleta y otros con enormes radio-reproductores colgando  de sus hombros y oyendo a máximo volumen la música de moda de la India.( No quisiera figurarme lo que gastarían en pilas)
 Creo recordar que fue en Benares, en su universidad, que conocimos a unos latinoamericanos. Había una señora, ya madura, creo que chilena, un hombre cuarentón del mismo origen y un joven venezolano. Este último y la señora estudiaban filosofía oriental en la universidad, llevaban ya tiempo en el país y por su aspecto y vestuario casi no se diferenciaban casi  del modelo indio. El hombre era  un trotamundos de paso por el lugar.
 Así es la India, un país con todos los contrastes, donde la realidad supera a la imaginación. Una nación con un grandísimo contenido cultural de muy antigua data. Donde lo divino y lo profano conviven y se combinan sin mayor controversia.

PURI

            Es una ciudad costera, ubicada  frente al  golfo de Bengala. Visitamos esta ciudad motivados por existir en ella una sede de la   asociación  espiritual: Self-Realization Fellowship fundada por Swami Yogananda  en los Estados Unidos de América en 1920.  En su libro “Autobiografía de un yogui contemporáneo”,  un interesante libro  que nos cautivó en su momento. El autor hace en el texto una reseña  de este lugar en que había pasado parte de su juventud junto a su maestro y relatado  sus experiencias, sus prácticas y todo aquello que se relacionó con sus comienzos en el camino espiritual.
 Nos presentamos en el ashram de esa institución.  Era un lugar pequeño y había muy poca actividad, lo dirigía un swami del que no recuerdo su nombre. Solo tengo de él una clara imagen visual de su  semblante. Asistimos a algunas actividades de culto con poca concurrencia de fieles que el swami  allí dirigía y que se caracterizaba por colocarse flores o frutos sobre su cabeza.
 Algo extraño y único en todo lo que vimos en la India y no dejaba de tener su lado jocoso y despertar entre  nosotros, un espontáneo e intrascendente  comentario bromista.
Este religioso, estaba por sobre todo interesado en que le  organizáramos y financiáramos una gira por el exterior. Se le notaba una codicia desmedida  y como algunos indios,  creía que todos los extranjeros que allí llegaban eran por lo menos millonarios. Esperaba también  una generosa donación.  Al aclararle nuestra verdadera situación se molestó,  se le achinó el rostro aún más  y  sin el menor disimulo  por su frustración, tornó su  conversación a una agresión verbal desmedida, por lo que optamos retirarnos  sin responderle una palabra. El  inapropiado y  bochornoso  proceder de este swami no nos  ofendió en absoluto, como tampoco nos asombró.
Visitamos la casa de Lahiri Mahasaya, 1828-1895. Un gran maestro, discípulo del legendario Babaji y guru de Sri Yukteswar. La vivienda estaba habitada por sus descendientes y se conservaba en perfecto estado. Cortésmente nos atendió un nieto y nos mostró, entre otras cosas, dos grandes huevos de arcilla. Uno de ellos contenía, amasada con el material, sus cenizas.
Vivíamos en un modesto hotel frente a la playa, donde no había bañistas ni turistas, solo pescadores con sus embarcaciones. Estábamos ante el océano Índico. Sobre el horizonte observé alguna vez, algo parecido a unas  trombas marinas  que serpenteaban sobre la superficie del mar  y se desvanecían prontamente.
 Aquí  en una ocasión me extravié  durante un largo rato. Fue buscando aceite comestible que no fuera picante. Deambulé por la ciudad, muy extendida, en la que se sucedían bloques de edificios uniformes  de tres o cuatro pisos, uno tras otro. Había una ancha avenida donde funcionaba un mercado callejero muy concurrido. Después de mucho preguntar  encontré en un puesto el dichoso aceite que los vendedores me aseguraron que no era picante. Salí conforme con mi botella de aceite rumbo al hotel.  Me perdí,   no encontré el camino y lo peor era que no recordaba el nombre del hotel. Caminé preocupado largo tiempo  por la ciudad, tratando de encontrar por donde había venido. Inútilmente, hasta que se me ocurrió preguntar por donde se llegaba  a la costa.
 Una vez en la playa y caminando por ella logré divisar el hotel, eran como las diez de la noche y había partido a las seis. Mis compañeros estaban  por supuesto, intranquilos, pensando lo peor. Pero lo “mejor” de todo fue el epílogo de esta aventura.
  Y fue, que ya calmado en la habitación y  satisfecho porque  a pesar de tanta aflicción había logrado encontrar el bendito aceite. Es entonces que Tamara al observar  con atención la etiqueta de la botella descubre algo  que yo no logré percibir…... y  para mi sorpresa y desazón,  se leía claramente: ….. ACEITE  DE  MOSTAZA………,   que por supuesto era picante. 


HYDERABAD

                        En aquel extenso viaje llegamos a esta ciudad de la que tengo escasos recuerdos.
Visitamos  una antigua ciudad, −ya en ruinas− de la que olvidé  su nombre y estaba, (creo) próxima a Hyderabad. Edificada en las faldas de una pequeña colina,  en su cúspide se hallaba el palacio del  rey,  una especie de castillo fortificado.
Eran unas ruinas bien conservadas, por lo menos las del palacio y sus alrededores.   Entre lo visto, digno de mencionarse es el conocimiento sobre la acústica que este pueblo tenía y lo empleaba para la comunicación.  A la entrada de la ciudad, abajo, existía un especie de minarete con un  techo abovedado sostenido por columnas. Al colocarse  alguien debajo  y  ponerse a hablar,  era posible oírlo arriba, en un  mirador próximo al palacio, de donde se podía también contestar. Lo asombroso era la considerable distancia que existía entre ambos puntos y lo preciso del lugar, pues desplazándose apenas, de cualquiera de ambas posiciones era imposible la comunicación.
     Las  diferentes construcciones que allí existían estaban cubiertas en su exterior con cáscara de huevo molida y  amalgamada con otras sustancias. Se conservaba en perfecto estado y su función entre otras era la de aislar su interior del calor solar. La cámara del trono poseía un sistema de ventilación forzada que empleaba los principios físicos de la dilatación del aire. Todo ello existía mucho antes que Newton se asomara a este mundo y descubriera los fundamentos de la física moderna.
 Vimos asimismo una habitación donde permaneció encarcelado durante largos años, el que había sido el recaudador de los impuestos del reino,  al cual se le acusó de malversación. Todavía era posible observar en las paredes de este recinto algunos dibujos e inscripciones que el  desdichado prisionero hizo con sus propios excrementos.
  En el hotel donde nos alojábamos nos servía las comidas en la habitación un mesonero que hablaba portugués, pues era nativo de Goa. Conocía la cocina occidental y nos hacía preparar algún plato a nuestro gusto. Había una especie de buñuelos fritos, muy sabrosos que  solicitábamos frecuentemente y creo que una vez nuestro hígado no soporto su ingesta.
 Ya para terminar referiré el fuerte malestar producido por las vacunas de el cólera y el tifus. Nos aplicamos una dosis de refuerzo de ambas vacunas, allí en Hyderabad. Las primeras dosis nos las inyectaron en Buenos Aires, sin mayores consecuencias, pero estas, de diferentes cepas, propias de la India, donde estas enfermedades son endémicas, nos abatieron completamente. Pasamos tres días en cama con altísima fiebre y delirando. Fue el mesonero que nos mandó un médico al vernos en ese estado. El galeno solo nos prescribió líquidos y buena alimentación. Los síntomas eran similares a los de haber contraído  realmente estas terribles enfermedades.
 Al restablecernos partimos de Hyderabad, una escala más en nuestro periplo por tierras indias. Mi último recuerdo de esta importante ciudad de la India fue nuestro paso en un taxi  por el imponente Char Minar, con sus particulares cuatro minaretes.  Un  impresionante monumento ubicado en el centro de la ciudad y donde convergen dos de sus principales avenidas.
      

BOD  GAYA

                Esta localidad en el estado de Bihar, es considerada sagrada por los seguidores del budismo. Es el lugar  budista más importante del mundo. Fue en este sitio  que el Principe Siddartha,  meditando bajo las ramas de una higuera de agua alcanzó el nirvana, o sea la realización espiritual y se convirtió en Buda.
 En el preciso espacio donde se supone que  estuvo el árbol original existe otro,  del que se afirma es un retoño del primero.   Bajo su amplia copa se ha construido una plataforma,  la cual era utilizada por los peregrinos para sus prácticas devocionales.
 Como tantos otros lugares de tradición religiosa  abundan los quioscos en los que se venden los artículos propios de culto. Allí adquirimos unas hojas secas, prácticamente transparentes,  de éste árbol, que por algún procedimiento mantenían sus nervaduras firmes y dando un aspecto delicado, como de encaje.
 Cerca de allí está el enorme  templo de Mahabhodi, que ocupa un gran espacio.   Construido por el emperador Asoka en el siglo III a.C. y en varias ocasiones fue destruido por invasores. Fue reconstruido sucesivamente y la última corresponde al siglo XIX, en el que fue redescubierto por un arqueólogo inglés. De allí, tentado por los trozos de mampostería desprendidos de sus muros, que representaban figuras propias del budismo, tuve la  indebida determinación  de traerme uno de ellos. Era pequeño pero muy pesado. A alguien se lo dejamos con la intención de recogerlo después, en otro viaje, cosa que no hicimos, (por lo menos por mi parte) y creo que  el objeto por fortuna quedó en la India, aunque no en su lugar original.
En este templo tuvimos oportunidad de ver a los fieles  budistas haciendo girar a su paso los grandes cilindros, que no son otra cosa que máquinas para la oración. Asistimos a una tradicional ceremonia budista, muy colorida y pintoresca,  con sus ropas y objetos de culto. Con música, cánticos y la presencia del anciano lama principal del monasterio que allí existe, sentado en su cureña, con expresión  distante y aburrida.
 Allí pernoctamos, de manera totalmente informal, en uno de los muchísimos  cuartos, que allí existen, sin puertas, con paredes y piso de piedra destinados a los peregrinos budistas.
 Tuvimos una conversación con un monje que nos dijo que era tibetano, y que se acercó a nuestro cuarto. Nos habló  de Buda y del budismo, pero en lo que mas estaba interesado era en nuestra generosidad.
 Fue una corta aunque suficiente estadía. Partimos al otro día, al despuntar el alba, reconfortados y fortalecidos por  la doctrina filosófica y religiosa, que fundara el “iluminado” Siddartha Gautama, en el siglo VI, A.C.


TIRUVANNAMALAI


                                     En esta localidad se encuentra el Ashram de Ramana Maharshi,  maestro reconocido ampliamente por sus virtudes y profundas enseñanzas, las que pueden encontrarse en “El Evangelio del Maharshi”

  Sus enseñanzas se basan en la indagación personal del devoto al preguntarse interiormente: ¿Quién soy yo? La respuesta a esta pregunta se sustenta en la negación de  aquello que aparentamos ser, llámese el cuerpo, la mente, etc. y es entonces  que  con  esfuerzo y constancia nuestro ego puede destruirse y trascender al verdadero yo, que no es otro que aquello que llamamos Dios.

  Tiruvannamalai se encuentra a unos 200 km. de Madrás y solo es posible llegar por carretera. (No pasa por ella la red ferroviaria). Llegamos al ashram ―que se encuentra en las afueras de Tiruvannamalai― en un auto de alquiler.  (Habíamos partido de Madrás, temprano en la mañana  en un incómodo autobús que nos dejó en el Terminal).  Un devoto nos recibió, nos enseñó las instalaciones y todo lo que el maestro había empleado en vida. Nos contó muchas  anécdotas  de su relación con Sri Ramana.  (El maestro dejó este mundo en 1950). El relato se basaba en lo cotidiano de la relación entre el  maestro y los  discípulos. Las enseñanzas  se impartían en todos los sucesos de la vida ordinaria que se hacía en el ashram.
 Con asombro vimos  entre los objetos que le habían sido obsequiados al maestro, −como ofrendas−   se encontraba un mate con su correspondiente  bombilla, de seguro de algún visitante del Cono Sur. Las instalaciones eran sencillas, ascéticas, aunque agradables y ordenadas. Vimos muchas aves, en especial unos pavos reales con sus colas desplegadas.
   Este amable seguidor de las enseñanzas de Sri Ramana, nos invitó a recorrer a pié el perímetro del Arunachala,  la montaña sagrada que se encuentra cercana. Emerge solitaria sobre una extensa planicie. Tiene forma de cono irregular y  oí que es antípoda de la cordillera de los Andes.  Este trayecto, llamado  en sanscrito: giripradakshina, completa una distancia de unos 18 Kms., y su recorrido  es considerado como un acto devociónal de peregrinación.  Acordamos hacer la circunvalación en horas nocturnas para evitar el excesivo calor del día.  La hicimos al otro día el maestro y yo, acompañados por el devoto. Partimos a medianoche. Caminamos en silencio, con  una actitud  de recogimiento  por angostos y  algunas veces tortuosos senderos. En una parte del trayecto pasa por los suburbios de Tiruvannamalai.   Volvimos casi al amanecer,  rendidos por la dificultosa caminata.

 Como dato anecdótico incluyo que el escritor inglés Somerset Maughan visitó este lugar en 1938, atraído por la personalidad de Sri Ramana Maharshi, y mucho de lo que allí percibió, lo incluyó posteriormente en su famosa novela: El filo de la Navaja.
  Tiempo después, ya de regreso en Buenos Aires, recibimos con agrado una correspondencia de la India y en el sobre estaba pegada una estampilla que representaba  a Sri Ramana.  Era un homenaje que el gobierno de la India hacía al maestro de Tiruvannamalai

CALCUTA

                        Calcuta no es una ciudad, es un caos viviente, un infierno sin fuego. Recuerdo esta superpoblada metrópolis como  un conjunto de personas, animales, edificios, vehículos, objetos, como son todas las ciudades del mundo, pero esta tiene una particularidad que la hace diferente a todas. Aquí  es posible toda la imposibilidad imaginable. Este caos no ha cambiado en el transcurso de los años hasta el día de hoy.
  La miseria, la suciedad, el excremento es tan habitual y aceptable que a nadie se le ocurriría erradicarlos. Todo tiene su lugar, su espacio y sin embargo todo está intrínsecamente ligado. A nadie extraña que haya gente que se muera en la calle. ¿Y es que si viven en la calle, donde habrían de morir?
 Palacios suntuosos,  parques cuidados, monumentos, modernos edificios, centros culturales,  hoteles lujosos, importantes industrias es decir todo lo que hace a que una gran ciudad sea considerada como tal contrasta irremediablemente con todas las miserias inconcebibles. Si.., en Calcuta cabe todo.
 Llegamos por ferrocarril a la enorme  estación de Howrah. (La más grande de Asia). Esta funciona como Terminal ferroviario de Calcuta.
La ciudad de Howrah, está  situada frente a Calcuta, separadas ambas por el río Hooghly y unidas por un puente colgante. Por este largo  puente metálico, ―que es el segundo en tamaño en el orbe― circula todo aquello pueda moverse, desde vacas sueltas a lujosos automóviles diplomáticos. Pasando por carros con mercancías acarreados por animales o personas, bicicletas, motos, rickshows,  taxis, autobuses, camiones, automóviles, cargadores de  bultos de a pie, perros, transeúntes, etc, etc, y cuanta cosa que quiera usted antojarse, con seguridad no se equivocará. Las estadísticas dicen que actualmente cruzan este puente diariamente más de un millón de personas.
          En un taxi salimos para Calcuta. Ordenamos al chofer que nos condujera a un hotel de cocina internacional. Nos llevó a uno que por su aspecto debía ser por lo menos de cuatro estrellas y de estilo tradicional.   La entrada tenía un gran portón de rejas, y para llegar al edificio recorrimos un camino dentro de un pequeño parque. En la escalinata de entrada nos recibieron como si llegara un maharajá con su corte. El personal de servicio vestía un impecable atuendo blanco al mejor estilo del país,  con su correspondiente turbante. Nos colmaron de consideraciones y quedamos pensando cuanto costaría aquello. No fue barato, excedía nuestros planes,  pero allí estábamos y allí nos quedaríamos.
 Después de registrarnos nos condujeron a una magnífica habitación, con un balcón con  vista al parque. El piso era de un inmaculado mármol blanco, el baño casi tan grande como la habitación con una gran bañera, con piso y paredes de mármol. Su estilo  correspondía al Inglés Victoriano mezclado con el más puro tradicional Hindú. Funcionaba en  un antiguo y clásico edificio rodeado de  magníficos jardines. Creo recordar que su nombre era algo como New Regency y  fue construido por los ingleses en la época colonial.
 Todo era silencioso y placentero. Podríamos estar en París, Londres o Nueva York, desde allí no se veía la ciudad.
  El clima era agradable, el ambiente grato y nosotros que veníamos extenuados, mal alimentados, mal alojados y deseosos de descanso, encontramos que la Providencia nos tenía reservada una tregua en ese aventurado viaje.
En tal ocasión tuvimos la oportunidad de degustar  con el apetito de los hambrientos, unos excelentes y abundantes manjares de la mejor cocina sajona, que  nos traían a la habitación en unas grandes bandejas. Siempre quedaba un sirviente a un costado de la entrada del cuarto y para solicitarlo solo bastaba con golpear  con los nudillos en la parte interna de la  puerta para que   de inmediato  este entrara  haciendo una reverencia. Quizá era una antigua costumbre de la época colonial, probablemente inspirada, ―según mi imaginación― en los Cuentos de Las Mil y Una Noches.
Allí nos sucedió un imprevisto suceso: Teníamos una pequeña cocina eléctrica que compramos en Bombay y con ella podíamos preparar algún alimento. En esa  oportunidad  dispuse la cocina en el piso del baño para calentar agua y preparar  te. Mientras esperaba en la habitación que el agua hirviera se oyó una violenta  explosión que provenía del baño. El ruido fue de tal magnitud, que se apersonaron  algunos empleados del hotel. Sabiendo que los hoteles por lo general desautorizan en empleo de estos artefactos,  lo único que podíamos decir era que nada sabíamos de la detonación, por lo menos hasta estar seguros de sus motivos y posibles daños. Como nos vieron  tranquilos y aparentemente tan desorientados como ellos,  se aquietaron y el asunto se relegó. Nosotros sabíamos que el ruido tenía que ver con la cocina pero no descubrimos de inmediato la causa. El suelo  donde   estaba apoyada estaba caliente, debido al  mal diseño del artefacto, que nosotros desconocíamos. Observando con detenimiento descubrí una  rajadura en la lámina de  mármol del piso. El daño fue causado por el calor que provocó la  dilatación de este  con el  consecuente estallido. Afortunadamente fue un leve  deterioro, podríamos decir que   fue más el ruido que las nueces.
         Una tarde en que salimos de compras a un grande y conocido mercado, ―llamado New Market―  al mas puro estilo oriental, donde se podía encontrar absolutamente de todo, se nos hizo tarde y al no encontrar un taxi para regresar al hotel aceptamos el ofrecimiento de tres  conductores de rickshow, (aquí se llaman rikcshow-pullers)  para trasladarnos al hotel. Nos pareció impropio ser transportados así,  pero no habiendo otra alternativa  nos montamos en los vehículos y partimos.   Eran hombres jóvenes, que descalzos marchaban arrastrando el coche con un  paso ágil y presto. En sus rostros había constantemente  una sonrisa  agradable y franca. Nos hicieron un magnifico favor al llevarnos sanos y salvos hasta el hotel.  Fue un largo y accidentado trayecto, que seguramente para acortarlo tomaron atajos con pavimentos mal conservados.  Llegaron  agotados por la marcha y nos cobraban  algo tan exiguo, que nuestra  conciencia  con toda justicia  retribuyó  con creces su tarifa.
         Creo que asistimos al Templo de Dakshineswar, donde  el maestro Sri  Ramakrishna ejerció parte de su misión. Es un recuerdo vago,  él que increíblemente se ha borrado de la mente. Tengo un recuerdo visual como en un sueño. Veo la fachada del templo, otras construcciones,  unas habitaciones interiores del maestro y Sarada Devi, −su esposa-  con  unos lechos que a modo de almohadas habían unos cojines cilíndricos que pertenecían a los esposos. Observo asimismo un suelo exterior pedregoso,  muchos visitantes y nada más. Es tan borroso que quizás solo ha sido  un sueño  o el recuerdo de un documento visual.
 Visitamos el Ashram Ramakrishna, funcionaba  en un moderno edificio, en un suburbio de Calcuta. Allí contactamos con algunas personas las que amablemente nos llevaron a sus casas y compartimos sus estilos cotidianos de vida. Vivian en una  tranquila urbanización de clase media. Nos invitaron a pasar la noche. Lo hicimos en la casa de un arquitecto quien acogedoramente nos brindó su propio dormitorio el  que habitualmente compartía con su esposa e hijo pequeño. Era una habitación grande con un inmenso mosquitero que ocupaba todo el cuarto. Este arquitecto del cual olvidé su nombre, fue el que proyectó el pabellón de la India en la exposición Mundial de de Tokio de 1970, y que resultó premiado, según creo recordar. Desde aquí abandonamos Calcuta,  una ciudad sin par en el mundo, en busca de destinos más apacibles y reposados.

SWAMI CHIDANANDA

                                      Este  religioso del hinduismo dotado de una profunda santidad es el  heredero de toda la virtud que es posible imaginar de la gesta de los Grandes Maestros de la India. Fue un alma consagrada al servicio, sin exclusión alguna.  Fue discípulo de Sivananda, fundador del ashram, que lleva su nombre, y continuador de  las  enseñanzas de su maestro. Durante su  juventud estudió en una institución  cristiana, establecida en la India, por lo que tuvo contacto con el pensamiento y la religión occidental.
  Había nacido un  24 de septiembre de 1916 y dejó esta vida el 28 de agosto del 2008, poco antes de cumplir 92 años. Fue un hombre cultivado, inteligente, activo y sumamente práctico. Alto, delgado y de andar  ágil en sus  mejores años. Su aspecto evidenciaba dignidad y nobleza, era pródigo en comedimiento y en su rostro siempre brotaba una espontánea sonrisa. Sencillo y humilde; con una personalidad  bondadosa, plena de  dinamismo y energía. Respetuoso, paciente al escuchar, con un  trato sumamente cortés  y comedido. Reconocido  y apreciado en su país y en el exterior; solía viajar asiduamente dentro y fuera de la India, llevando un mensaje  de hermandad y buena voluntad. Es sin la menor duda un verdadero santo y su  presencia en nuestros corazones es gratificante y perenne como la hierba.
 En ocasión de nuestra visita a la India tuvimos la dicha de encontrarlo, en los primeros meses de 1972, en Cuttack, una ciudad en la que se celebraba un congreso de  de religiones.  Se realizaba este evento en un estadio deportivo a la que asistió considerable público y  expusieron numerosos conferencistas de diferentes cultos.  Swami Chidananda  presidía el evento, sentado en el alto estrado y atento a las palabras de los disertantes, que se expresaban  en diferentes lenguas de la India.  Al finalizar cada alocución,  Swami Chidananda la traducía brevemente al inglés y a otras lenguas locales. Asimismo  de manera llana y campechana utilizaba el maestro,  un reloj despertador de aquellos antiguos, a cuerda, que con su estridente campanilla, daba aviso a los participantes de forma equitativa que el tiempo para su discurso había llegado a su fin.
Al día siguiente de este evento tuvimos oportunidad de acompañarlo, tras su invitación, a una visita que hiciera a la cárcel de la ciudad, con la finalidad llevarles a los presos un mensaje de paz y esperanza. Su presencia fue una bendición para presos y guardianes. Se le honró  como un verdadero santo, portador de consuelo  y esperanza   Pidió que lo llevaran a lugar donde estaban los presos con severo castigo. Se encontraban estos individualmente inmersos en pozos profundos, aislados e incomunicados totalmente y  cubierto el hueco en su parte superior por una pesada tapa de hierro.   Les habló desde lo alto como suma compasión, oyó sus palabras, les consoló con un mensaje de esperanza, les instó a ser dignos y virtuosos, y por último les bendijo. Rogó a las autoridades por ellos; a  su instancia fueron perdonados todos los castigos severos  que esos hombres y algunos otros soportaban. Swami Chidananda obraba y su ser traslucía la galanura divina; una soberbia majestad de imponente  peso y virtud que  nos cautivó a todos los que nos cupo presenciar la circunstancia, fuéramos funcionarios, presos o visitantes.  Rememoramos esta experiencia con emoción por haber evidenciado en nuestra alma y en la de los demás que allí estábamos, el porte de la Divinidad. Es oportuno dejar constancia en estas líneas que solo con observar el  brillo de los ojos de todos los allí presentes y sentir en el ambiente una paz excepcional y imponente no dejaba lugar a ninguna otra apreciación.
 Tenemos  una anécdota que ilustra  lo que significaba en la India, Swami Chidananda, como hombre religioso de reconocida potestad institucional, que se intuía a través de su persona y era su perenne energía espiritual. La experiencia confirma lo dicho y es un sorprendente suceso que hemos a continuación aquí anotar:
Estábamos alojados en Cuttack, en un hotel muy informal, atendido por gente joven,  en el que siempre se oía música de moda, sin embargo  era correcto y con un excelente servicio.  Su personal nos trataba con respeto y amabilidad aunque a veces con cierta frivolidad. Era una costumbre muy generalizada en la India de aquella época, el dar un trato informal a todos los visitantes occidentales, que eran muchos y que se vestían a la usanza hindu. Recordemos que en esos años los hippies o aquellos que los imitaban acostumbraban a visitar la India, influenciados por un despertar hacia lo oriental que se dio en occidente. Los Beatles también participaron en ello, inclusive tomaron como gurú a un dudoso santón de Rishikesh, llamado Maharishi Majesh Yogi, al que le dieron fama universal. Es por ello que por tener nosotros un inconfundible aspecto occidental y vestir a la usanza india,  como ya explicamos,  los hippies lo hacían,  nos confundían y nos  desestimaban al igual que a ellos en nuestra verdadera condición espiritual.  El día previo al congreso,  Swami Chidananda al saber de nuestra presencia en la ciudad, adelantó el encuentro y nos visitó atenta e inesperadamente en el referido hotel. Llegó en un auto oficial, que el  gobierno ponía a su disposición, con chofer uniformado incluso. Imagínese lector, la expresión del personal de la recepción, al ver entrar en el lobby al Swamiji. En el supuesto improbable que no le conocieran, no podían dejar de observar y cerciorarse  del peso institucional y espiritual de  esa humilde pero distinguida  personalidad a la que  saludaron con especial respeto y consideración.  El golpe fue tan  fuerte e inesperado, que quedaron boquiabiertos y confundidos. (Desde ese día nos trataron con circunspecta cortesía).
Tenemos ya para terminar otra recuerdo que se corresponde con el mismo evento, esta lo muestra en su abierta bondad:   Al finalizar el congreso, Swamiji fue despedido  al partir con otro destino, en la estación de trenes por  numerosos fieles, que a modo tradicional  colocaban en su cuello guirnaldas de flores y le ofrendaban frutas, que el recibía y luego repartía entre los devotos. Era una gran multitud y entre aquellos, dos jóvenes ajenos a la despedida y un poco alejados, ironizaban sobre la devoción de los fieles hacia el maestro y todo lo demás que allí acontecía. Swami Chidananda, a pesar de todo el  bullicio reparó en ellos. Los llamó  y le ofrendó una manzana a cada uno. Los muchachos visiblemente avergonzados y  sorprendidos  agradecieron azorados, entre la sonrisa de los presentes, el gesto  afectuoso  y considerado del maestro.
Hoy, a casi cuarenta años de lo aquí relatado,  aún recordamos vivamente esas experiencias que no dudamos de que nos han enriquecido espiritualmente.   Afortunadamente, hoy por medio del maravilloso Internet disponemos de una amplia información  sobre su  persona y obra. Su presencia espiritual nos acompaña en nuestra vida diaria. Es oportuno aprovechar esta herramienta cibernética para dar un testimonio más, de un ser excepcional que consideramos, (no somos los únicos) como el Último de los Grandes Maestros de la Antigua India. Ya esta antigua nación,  cuna de inmortales maestros, ya ha comenzado a formar parte de la era de la globalización. Nuestras palabras finales son de agradecimiento al maestro Chidananda y por sobre todo a Dios que propició este inolvidable encuentro. Todo lo aquí relatado es un recuerdo auténtico y Dios es testigo de ello. Solo nos queda pedir la bendición al maestro para que nos siga  acompañando  en nuestro derrotero por la vida. Aquellos que hubieren sido bendecidos por el maestro Chidananda tienen además del privilegio de su gracia  el compromiso  que ante Dios asumimos al recibir sus dádivas. La palabra de un maestro está llena de amor, de verdad, de justicia y es inmensa como el universo todo. Una respetuosa, afectuosa y sincera invocación  a nuestro inolvidable Swamiji…

 Imágenes  de Swami  Chidananda





































LOS TRES SADHUS

                               En Rishikesh a orillas del Gangá,  (así  llaman los indios a su río sagrado) paraje inolvidable en que permanecimos más tiempo que en otros lugares de la geografía de la India.  Tuvimos   oportunidad de conocer y admirar a tres originales sadhús, (ascetas) que eran compañeros y peregrinaban juntos.
 Los encontramos en un lugar próximo a nuestro albergue, en un espacio abierto,  a un costado de la carretera que llega a la localidad de  Dehra-Dun.  Habiánse bañado en el Ganges y  lavado su ropa. Con ella ya seca se acababan de vestir y untarse el rostro con ceniza, señal propia  de renuncia. Sus cabellos largos y desordenados, que por falta  de peinado se enrollaban y se anudaban naturalmente, les daban un aspecto de informalidad que los distinguían de los  otros peregrinos. 
        Eran estos ascetas como una unidad compuesta por tres elementos independientes pero a la vez  solidarios e incondicionales. Nos  acercamos  por curiosidad y alguien que allí estaba comenzó a interesarse en explicarnos  sobre los sadhús y traducirnos al inglés la conversación que con ellos iniciamos.
 Su aspecto irradiaba simpatía, siempre sonrientes y atentos. Eran altos, magros, con esa flacura propia de los anacoretas, que por ser personas de renuncia y nada sedentarios la gordura  les sobra y molesta.
 Estos seres practicaban  un riguroso ascetismo, vivían  muy frugalmente y luchaban con denuedo con sus propios deseos, a los que consideraban mundanos,  para trascender el ego y alcanzar la identidad con la divinidad. Los verdaderos cultores de esta disciplina son aceptados y protegidos por las personas con valores espirituales.
        Estaban saludables y su edad  era  indefinida, aunque  rayando la madurez. Sus ojos brillantes y francos transmitían una natural bondad, propia de los seres que sinceramente practican una vida espiritual. Esta regla no necesariamente predomina entre los sadhús, que marchan por casi todas partes. Hay vagabundos que fingen ser sadhús  aunque por su aspecto y actos son  fácilmente reconocidos.
        Hablamos de muchas cosas interesantes sobre sus vidas y del largo periplo de peregrinación que hacían a pié. Tenían exactamente lo puesto y algún par de cuencos para comer y beber. No necesitaban nada más. El alimento nunca les faltaba como tampoco un lugar donde apoyar el cuerpo y dormir. Aquí se comprende cabalmente  la  sentencia que dice: “El hombre que más tiene es el que menos necesita” 
        Les ofrecimos regalarles unos calzoncillos largos de abrigo que ya no íbamos a usar y que a ellos seguramente emplearían cuando llegara el invierno. Aceptaron y después de tomarles unas fotos nos acompañaron hasta nuestro albergue para entregarles las prendas. Las recibieron y agradecieron a la usanza hindú que consiste en tomar lo dado con ambas manos, juntándolas en posición de rezo y elevándolas hacia la frente. De esa forma se agradece a Dios, el verdadero proveedor de todo, por lo recibido.
        Nos despedimos. Los tres marcharon  con sus contagiosas sonrisas y a paso tranquilo rumbo a quien sabe que azarosa fortuna.    De lo que sí estarán plenamente convencidos,   será que todo lo que les acontezca no será ajeno a la única voluntad que existe…., la suprema  voluntad del Creador. 


LOS  MONOS

                         Esta es una historia  de  monos, de esos animales tan inteligentes y tan parecidos a nosotros. Relataré aquí dos experiencias diferentes. Empiezo por aquellos  que organizados por familias viven en  una comunidad perfectamente y naturalmente organizada. Son las especies salvajes, que viven en la selva:
Estábamos acampados en una zona arbórea, cuando de repente aparecen  sobre las ramas de los árboles un par de monos jóvenes, comiendo los  frutos  que iban recolectando. Nos observan disimuladamente un rato, luego avanzan y al instante aparecen otros  que siguen a los primeros. De improviso observo, lo que es una multitud de estos individuos que avanzan sobre los árboles en una sola dirección,  de inmediato comprendo: Es una migración. Los primeros eran los vigías, prestos a  investigar  y reconocer cualquier peligro  si lo hubiere y comunicarlo a  sus cercanos  seguidores. A continuación  se acercan  haciendo un circulo los machos vigorosos protegiendo a las hembras y sus crías que se hallan en el centro Más atrás siguen los  débiles, los enfermos y los ancianos que también van protegidos  por los más fuertes. Curiosamente observé un individuo quien probablemente herido o enfermo caminaba ayudado por otro. Marchaban en silencio La velocidad de marcha estaba dada por los más lentos. Serian unos trescientos o más y avanzaron por el paisaje  hasta que se alejaron.
     La otra experiencia tiene que ver con aquellos monos que frecuentan a los humanos y que generalmente aprenden más sus  vicios que sus virtudes. En toda la India hay monos en libertad, que  coexisten con las personas. Se los encuentra en todas partes. Algunas casas suelen tener rejas para evitar ser invadidas.  En la vivienda, donde estábamos alojados, en Rishikesh, a veces se acercaban, sin mayor incidencia, hasta que una vez, estando preparando alguna  comida en la cocina, penetró expeditamente un mono con el claro objetivo de robar comida. De un nicho que había en la pared,  en la que se guardaban alimentos, intentó inútilmente llevarse algo. Solo consiguió, en su apuro, arrojar al suelo algunas latas.  Era un mono joven al que yo generalmente convidaba con un cambur. Siempre estaba en un techo próximo y allí le arrojaba la fruta, la que comía apurado e  intranquilo, mirando vigilante hacia todas partes por temor a ser despojado de su alimento por otros monos. Para evitar el riesgo de que   le quitaran el cambur, después de tomarlo procedía a  pelarlo e introducirlo  completamente en su boca, en el  costado externo de la dentadura. Allí lo mantenía tomando pequeñas porciones del cambur, al  que empujaba con la mano  hacia los dientes,  (desde la parte externa de la boca para  masticarlas).  .Nunca había bajado, hasta esa oportunidad. El sabía que había comida, y es probable que  con otros anteriores huéspedes, hubiera tenido éxito. Después del fallido intento escapó raudamente, y yo lo seguí vociferando, para amedrentarlo. Di por terminado el incidente y después de comer me recosté un momento en mi cuarto. Al salir, inesperadamente me encontré con tres monos, quienes perfectamente parados ante mi, y con amenazante mirada   me estaban esperando. Confieso que sentí miedo. Eran unos ejemplares como de un metro y pico de estatura. De facciones perfectamente diferenciadas entre ellos y con aspecto intimidatorio como tienen los malandros de nuestra especie. Deduje que su presencia allí correspondía al altercado reciente con el mono joven….. (Seguramente para pedirme explicaciones)…. Entré al cuarto y  armado con un cepillo de barrer salí  para espantarlos. No valieron amenazas, ni gritos, ni nada…., no se movieron. Al momento comprendí que allí no valían  ni valentías, ni actos de arrojo, sino solo saber tratarlos.  Ellos con su inteligencia descubrieron  mi ignorancia, mi falta de experiencia, y se aprovechaban de la situación. A poco, se acercó el casero que al oír mis gritos, acudió…… y bastó solo su presencia para alejarlos.        


LOS  LEPROSOS

                               Este recuerdo se parece a una historia de terror. Sucedió en Rishikesh, una noche, ya bien tarde. Nos habíamos quedado en la ribera izquierda del Ganges, a pasar la noche.  Creo que por  perder el último bote para regresar.
 En la arena todavía caliente, en la que horadamos un poco nos acostamos. Al principio era confortable,  pero a medida que transcurrió la noche, la arena se fue enfriando hasta hacerse inaguantable, por lo que decidimos regresar a nuestro albergue caminando. Para ello había que atravesar un puente distante  sobre el río.
  La noche era clara y serena.  En ese puente, antiguo y de piedra, estaban instalados unos leprosos en unas especies de cobertizos muy precarios. Allí vivían, aprovechando el paso de los peregrinos para pedirles limosna.
 Llegamos a aquel lugar  luego de superar un largo  sendero ribereño.   Apenas empezamos a atravesar el puente, cuando una jauría de perros nos salió al paso, entre ladridos y amenazadores gruñidos. Eran los perros de los leprosos que vigilaban su territorio y encaraban a cualquier extraño que por allí anduviere. No podíamos detenernos, ni escapar, pues nos habrían perseguido y mordido. Los enfrentamos con decisión. Manteniendo firme el paso y dispuestos a defendernos. Era una situación delicada. No teníamos absolutamente nada con que protegernos. El bochinche era infernal y lo único que nos faltaba era que se despertaran los leprosos y estos se sumaran a los perros. Yo me los imaginaba sobre nosotros, amenazantes, mostrándonos  sus mutilaciones y llagas, ―que es como ellos proceden para atemorizar y así obtener limosnas―. Los cánidos no nos daban tregua, se acercaban peligrosamente y nosotros los alejábamos amagándoles puntapiés.
 Así poco a poco, aunque con  esfuerzo, llegamos al final del puente. Ya en el camino y alejados,  todavía  nos perseguían. Por fortuna había piedras en el suelo, las que usamos como proyectiles y así terminó esa odisea…….; claro,  que la historia habría sido más interesante si los leprosos hubieren intervenido. Ellos seguramente oyeron todo y se dieron perfecta cuenta de que no existía para su seguridad ningún peligro y  por eso no se levantaron de sus camas…….., afortunadamente.     


PROHIBIDO  PESCAR

                                     En Rishikesh donde el Ganges es todavía un río de montaña abundaban los peces. Algunos de estos eran lo suficientemente grandes como para sobrepasar algunos de ellos el kilogramo.
 Era posible verlos en gran número en la superficie,  disputándose los alimentos que caritativamente le ofrecían los peregrinos, cuando estos  llegaban a bordo del bote que los cruzaba de una orilla a otra. Consideraban  que si el río era sagrado por ende también lo serían los peces que allí habitaban.
 El hinduismo prohíbe el sacrificio de animales para alimentarse y sus fieles  adeptos, jamás pescarían un pez para  ese  fin. Allí los peces gozaban de la protección incondicional de todo el mundo.
 Un buen día, alguien,  de origen occidental, visitante o más aún turista, tuvo la “peregrina” idea , al no ver ningún cartel que lo prohibiera,  de ponerse a pescar. Iba preparado con una novísima caña con su correspondiente reel, que tal vez siendo afecto a la pesca deportiva emplearía regularmente donde  concurriera. Lo cierto que este hombre, inocente en grado extremo, con una ingenuidad propia de un niño lanzó al río la línea con su infaltable anzuelo.
 Al instante llegó una multitud increpándolo severamente. El pobre hombre no advirtiendo el porqué de esa agresión a la que se sumaban cada vez más personas, retrocede aterrado abandonando la caña. Le hablan en lenguas que no conoce, lo que sí está seguro es que no lo están alabando y cuando ya no se salvaba de una  inevitable paliza, surge alguien, que ajeno a la chusma, lo protege y repele a los agresores, calmándolos con energía hasta serenarlos.
Cuando se hace silencio este salvador le habla a la turba explicándoles sobre el desconocimiento inocente de las reglas por parte del extranjero y luego se dirige a éste, hablándole en inglés sobre la falta cometida.
 El hombre ya más tranquilo y aliviado, comprendiendo lo sucedido,  bosquejó una sonrisa, y ya seguro, aunque sin perder la candidez que lo caracterizaba, lanzó, ―según  recuerdo― estas palabras:   ―Nada de esto hubiera ocurrido,  si por lo menos hubieran puesto un cartel que dijera: PROHIBIDO PESCAR……….pues.


TORMENTA  ELECTRICA

                                            Fue una tormenta inolvidable, nunca había  visto nada más espectacular, tanto que por observarla no dormí, sino al final de  la noche.  Sucedió en Rishikesh. Por fortuna esa noche nos quedamos en el gath, para  allí dormir,  como tantos otros que vienen a este lugar en devota peregrinación. Estábamos en la parte externa de un templo,  frente al  Ganges,  protegidos bajo techo, en una especie de recova. Me encontraba acomodando una   manta que hacía de lecho, cuando empezó a tronar. El sonido del trueno al rebotar en las montañas producía un intenso y agradable eco. De inmediato empezó a llover. Era el preludio del monzón que empieza a anunciarse con tormentas eléctricas después de jornadas calurosas. Un trueno muy intenso seguido de un luminoso relámpago fue el comienzo del espectáculo. Frente a nosotros en un inmenso escenario,  iluminado por la  luz fantasmal de los relámpagos  se distinguían  las innumerables torres, de templos e edificaciones. La visión abarcaba unos 180 grados y alcanzaba hasta las montañas distantes de ese magnifico Himalaya. Los relámpagos se repetían sin cesar y antes que se  apagara su luz, surgía otro que continuaba la iluminación, produciendo diferentes intensidades de  una luz azulosa y fría, cortante. La visión se reflejaba en el río, produciendo  efectos invertidos  de la imagen original. Era un regalo para la vista, una verdadera exhibición  de las maravillosas  fuerzas atmosféricas.  Duró hasta bastante entrada  la noche, siempre cambiante e interesante. Fue una magnífica  fiesta de luz y sonido, preparada  y representada   exquisitamente  por la naturaleza, que hasta hoy no he visto repetirse en ningún otro lugar, con  igual dramatismo, duración  e intensidad…….  como  la de aquella imborrable,  tormentosa e interminable   noche frente al Ganges,  en Rishikesh…….

NUEVA  DELHI

                             Esta ciudad es la capital de la India desde 1929. Fue urbanizada como una extensión de Delhi original. Sus espacios son sumamente amplios y no se ven las aglomeraciones de vehículos y personas como en otras ciudades de la India. Es una ciudad perfectamente delineada y ordenada. Allí no se veían vacas, ni mendigos, ni  la pobreza que era corriente en otras ciudades. Desde Rishikesh, que está relativamente cerca viajaba con cierta frecuencia. Para ello utilizaba el tren nocturno que pasaba por Rishikesh  alrededor  de las diez  y arribaba a Delhi después del amanecer. Nunca encontraba asientos, por lo que  viajaba precariamente en el furgón de carga acostado en el suelo. A medida que transcurría el trayecto y en las estaciones en que paraba subían nuevos pasajeros que también viajaban tendidos, hasta que se completaba el espacio. La aglomeración era tal, que si recogía las piernas,  aunque fuera un momento, ya no podía volver a  estirarlas porque alguien ya  había extendido las suyas. Algunas veces, al llegar a alguna estación se  hacían inspecciones solicitando el  pasaje; entonces el vagón quedaba vacío. Nadie pagaba su boleto. En una oportunidad los  infractores fueron llevados  presos, escoltados por unos policías armados insólitamente con lanzas.
 En Nueva Delhi  nos alojábamos en el hotel de la YMCA,  que era excelente y económico, al igual que su restorán, de comida occidental. Se podía comer un menú  de dos platos, que por lo menos uno  incluía carne por  unos cinco dólares. Era un hotel moderno de varios pisos y muchas habitaciones. No tenía aire acondicionado. Cuando el verano avanzaba el calor se hacía muy intenso, pasando fácilmente el termómetro los cuarenta grados centígrados, con una  humedad relativa ambiental sumamente baja: un quince por ciento.  Para bajar la temperatura, el hotel recurría al principio físico de la evaporación. Para ello en la entrada se construyó una  especie de túnel, con  hojas de palmeras, a las que se regaban continuamente. Adentro en el hall había un sector cubierto de vidrio, por los que descendía una corriente de agua. En la parte superior de este recinto estaban instalados unos poderosos extractores,  con los que se conseguía  que una fuerte corriente de aire húmedo  entrara del exterior, que al evaporarse se conseguía bajar la temperatura unos grados. Lo cierto era que en el lobby se soportaba el calor perfectamente.
Las habitaciones  eran amplias con un ventilador en el techo. Una noche de sofocante calor y no pudiendo dormir por ello, opté por mojar las sábanas y cubrirme con ellas. Colocado bajo el ventilador conseguía aliviar la incomodidad. Desafortunadamente el alivio duraba poco, rápidamente las sábanas se secaban y quedaban rígidas como unas tablas. Repetía la operación una y otra vez,  hasta que agotado e irritado, opté  por arrojar un par  tobos de agua sobre las sábanas y el colchón, y así pude dormir, aunque preocupado por los daños que pudiera ocasionar el agua en  este último.  Inútil preocupación: Por la mañana todo estaba tan seco como si jamás hubiera existido el agua.
 En la calle, en cada esquina existía un puesto donde vendían agua. La servían en un vaso de vidrio y costaba,  creo que cinco céntimos de rupia. Caminando estaba obligado a consumir un vaso en cada puesto que encontrara para aliviar la sed y  evitar la deshidratación, a pesar de que el agua  podría no ser  potable.
 La YMCA también administraba otro hotel, mucho más modesto y barato  que el otro, con  habitaciones que había que compartir y el restorán al estilo hindú, sumamente económico. Había un único plato que consistía en un chapati, (pan hindú) arroz, dahl, (pasta de lentejas) y varias salsas, todas picantes. Costaba dos rupias, (un dólar equivalía a siete rupias). Podría  incluirse un huevo frito por dos rupias adicionales.
 Al final de nuestra estadía el dinero era escaso y  por esta causa vendimos el equipo fotográfico. El cual por fortuna, además de documentar el viaje, suplió la carencia de dinero.
 Otro recuerdo digno de citar, fueron  las  visitas  que hicimos al consulado argentino en esta ciudad. Allí fuimos amablemente atendidos por un empleado indio, con el que hicimos amistad y  del que olvidé su nombre. Lo asombroso era la pronunciación tan “porteña” de este  funcionario que nunca había estado en la Argentina. Hacía muchos años que trabajaba en el consulado y la embajada y  había  aprendido a hablar el castellano con el personal   enviado desde la Argentina  a la representación. Sabía de tango, fútbol, películas argentinas,  tomaba mate y como recibía diarios y revistas desde Buenos Aires estaba al día de cuanta cosa acontecía allá. Había conocido y tratado al embajador Scilingo, que sin ser hindú, entendía  y  amaba esa cultura y que hubo tenido amistad con mi padre.
Partir de la India no fue empresa fácil. Teníamos la visa vencida y no querían renovarla, tampoco nosotros queríamos hacerlo, solo queríamos partir. Estos países adolecen de una exagerada burocracia. Después de mucho batallar nos autorizaron  a ello. Habíamos decidido partir por tierra con destino a Europa. Al tramitar las visas, en la fastuosa  embajada de Pakistán, nos la negaron, por causa de la guerra que mantenía este país con India.  Estaban los suizos a cargo de la representación y en el instructivo que les dejaron los pakistaníes al partir habían olvidado de incluir Argentina. Por ello tuvimos que esperar que nos enviaran desde Buenos Aires pasajes aéreos hasta Kabul,  la capital de Afganistán, ya que  nosotros carecíamos de dinero para comprarlos. A esta altura, la India se había convertido en un problema de complicada solución que comprendía entre otros elementos,   la espera de los boletos aéreos, los excesivos trámites de salida, el tórrido calor, la incertidumbre sobre  fechas y destinos y por sobre todo la escasez de dinero.  Hasta que  un buen día,  el cuatro de julio de 1972, a las dos de la tarde, nos encontramos embarcando. El vuelo se demora en partir  por mas de una hora, que sumada a la hora de espera anterior se completaban dos.
  Hasta que por fin partimos, y así dejamos esa India milenaria, que nos hospedó por más de seis meses. De ella aprendimos muchas cosas, entre ellas a desarrollar paciencia  y estimar  valores  esenciales en la condición humana,  como es la vocación de servicio. Sobre el logro del conocimiento espiritual, aquí resultó tan escaso o abundante como en otras  partes del mundo. Recuerdo a Swami Chidananda que disertando en el Ashram Sivananda, y ante una  concurrencia, mayoritariamente de devotos extranjeros,  se refirió en una oportunidad,  sobre la dudosa  búsqueda  que emprendían algunos occidentales en la India.  Él sostenía que los verdaderos maestros espirituales de la India, lamentablemente  habían desaparecido. Estaban en esa conferencia algunos discípulos del Maharishi Mahesh Yogi, el discutible gurú de los Beatles, que tenía su ashram, allí cerca.  Swami Chidananda  se refirió a ellos  amonestándolos  sobre la  probada  falsedad de ese camino. Podríamos seguir escribiendo mucho más sobre la India, donde hay un muy extenso contenido cultural, digno de analizarlo. Por ahora cierro aquí este recuerdo y pienso que bien valdría la pena escribir un epílogo sobre este interesante viaje.               


VIAJE A LA INDIA (Epílogo)


                                                Vi en un templo milenario, esculpido en piedra, lleno de galerías y recovecos, no recuerdo de que lugar, una ilustración en una de sus ahumadas  paredes que representaba a Shiva, una de la tres divinidades del hinduismo.
 La imagen mostraba a un gigante, que sentado en la posición para la meditación, se mostraba sereno e inmutable. Por debajo de su cabeza quedaban los altísimos picos del Himalaya. Lucía imponente y todopoderoso. Pero lo que más me impresionó fue la leyenda que acompañaba a la figura. Decía más o menos así: “Cuando en este mundo,  el vicio y la corrupción hayan alcanzado el límite de lo tolerable, yo,….. Shiva, lo destruiré, sin dilación alguna, sin  dejar piedra sobre piedra,  para que después, con el devenir de los tiempos, Brahma vuelva nuevamente a crearlo y Vishnú a conservarlo”.
 Así sintetizaba el pensamiento  moral y religioso que avala a las principales filosofías existentes en la India. Es un  país  donde hasta lo profano no escapa a lo divino. Todas sus fiestas tradicionales son  para alabar a la divinidad y se puede decir que todos los días se festeja algo. La mitología india es riquísima. Son innumerables deidades que se relacionan entre sí, creando un mundo fantástico. En ella abunda la pasión, las buenas y las malas intenciones, el capricho, el amor abnegado, el odio y el rencor. No creo que exista un indio que sea indiferente a este mundo de símbolos y parábolas. La India guarda un especial encanto. Se nota que la vida está activa y merece vivirse. El indio,  respecto a su personalidad, diré que es pacífico y amistoso, hospitalario y para nada xenófobo. Tolerante y respetuoso. Nunca vi peleas,  riñas o discusiones, aunque no estarán exentos de ellas. Las mujeres son reservadas y recatadas,  los hombres expansivos y comedidos. Quizá un defecto sea su indeferencia (probablemente aparente) al mal que sus semejantes padecen.
 Son sumamente prolíficos, es la segunda nación del mundo con mayor número de habitantes. En las ciudades y los pueblos siempre se encuentran  multitudes. La pobreza y la miseria son siempre una constante. Sin dudarlo, vivir en la India es una ardua tarea, pero es tan fuerte la identidad de un indio  por su patria que jamás, muchos de ellos  imaginarían vivir fuera de ella.
 Por lo general los hombres no son recatados en sus necesidades fisiológicas o  quizás porque escasean los baños en las viviendas. Era común por la mañana al pasar con el ferrocarril ver a un gentío evacuando a un lado de las vías. También en algunas estaciones ferroviarias los mingitorios de hombres  eran abiertos, en su pared opuesta al lugar de micción. Todo el mundo veía de atrás al que estaba orinando.
 La higiene guarda en su persona un cuidado especial. Se bañan cuantas veces pueden cuando el tiempo es caluroso. Lavan su ropa y esperan que seque para volverla a poner, lo que no demora con ese inclemente sol.
La dentadura  que a falta de cepillos utilizan unos palillos para su limpieza. Algunos tenían el mal hábito de  masticar unas hojas y una nuez, llamada de bethel,  que los hacen escupir continuamente de rojo en el suelo.
 He visto en algunos lugares, en un puesto callejero donde se vende un dulce en condiciones sumamente antihigiénicas. Es algo  similar a una torta, que está totalmente cubierta de moscas. Si alguien solicita el producto,  el vendedor las espanta con la mano y le rebana su porción. Por otra parte hemos degustado unos exquisitos dulces de alta repostería, como unas bolas preparadas con leche y presentadas en un recipiente de barro cocido y ahogadas  en almíbar.
 Hay algo que es imposible olvidar, y es el olor de la India. Es un olor especial, agradable y reiterativo. Algunas veces fuerte, otras delicado y sutil. Se aprecia en los comercios y en las casas y en la calle. Una mezcla  de sándalo y especias, nos atrevemos a precisar

Hay algunos recuerdos que vienen a la mente en el momento que esto escribo. Fueron olvidados u omitidos en su oportunidad.  Empiezo por uno de ellos:

….. Sucedió en una perdida  y pequeña aldea, donde alguien nos debía esperar, seguramente para llevarnos a otro lugar. El tren que nos traía, y  a nuestro pedido nos bajó, en un apeadero lindero con el pueblo. Serían  como las diez de la noche. Nadie nos esperaba. Alguna persona nos acompañó hasta un templete para  descansar y  pasar la noche. Era un lugar abierto y allí nos acomodamos en el suelo para dormir. Estábamos agotados, pero el descanso duró poco. Alrededor de las dos de la mañana, llegaron unos fieles y empezó el culto, que duró hasta el amanecer y hubimos de participar en la ceremonia. Por la mañana llegó la persona citada,   azorada y ofreciendo mil excusas.

        …….. En la conferencia de religiones en Cuttack, de la que  hice un relato en otro capítulo, el arzobispo de Agra,  quien participó allí representando su credo, se expresó elogiosamente sobre Swami Sivananda. Este sacerdote en los primeros años de su apostolado en la India, tuvo la  oportunidad de conocer y apreciar al maestro. Allí dijo sin que le quedara nada por dentro, que Sivananda a pesar de  no practicar el culto católico,  era sin duda un verdadero santo,  por sus actos y virtudes. Algo que realmente no es fácil reconocer por la iglesia, según creo.

        ……... En un lugar que no puedo precisar había unos puestos callejeros, lo que nosotros llamamos buhoneros, que vendían diversas cosas. Por lo menos uno de ellos ofrecía dientes humanos. Los exhibían  en pequeños montones.(Hasta hoy ignoro para que sirvieran.) Otro detalle de allí,  es un  vendedor de piel blanca y ojos azules que se diferenciaba de los demás.  Al interrogarlo sobre su origen me respondió con orgullo y molesto,  que él era absolutamente indio y las suyas eran las características propias de su raza. Era sin duda un descendiente de los primitivos arios que habitaron el norte de la India y que llevaron hasta Europa su cultura, su raza y hasta su idioma, el Sánscrito, que dio origen a las lenguas germánicas.
 
        ………En Benares, en una callejuela, a la puerta de un templo, un  brahmín extremadamente gordo y corpulento me impide entrar. Es por mi aspecto occidental, sin embargo se anima a pintarme un punto  el entrecejo (un símbolo espiritual) y  vociferando me  exige que le pagara una rupia por ese servicio. Al regreso en Buenos Aires y comentándole a mi amigo Alejandro Castro el incidente, tildó al brahmín, sin compasión, de “ganster”.

        ………En ocasión de nuestra venta del equipo fotográfico, que además de  una sencilla Cannon,  había una magnífica cámara de 35 mm.: Exacta Varex II B, con tres diferentes objetivos intercambiables y accesorios. Incluía también una filmadora de 16 mm., “Bell y Howell”, que nunca llegamos a usar por la imposibilidad de conseguir  rollos  cinematográficos, se interesaron en ayudarnos un par de “comisionistas”,  embrollones y oportunistas. Fue en la vieja Delhi. Entrábamos en los comercios con ellos y el equipo en cuestión. Ellos hablaban en su lengua, jamás en inglés con los comerciantes. Nunca supimos lo que decían y nunca nadie se interesó. Estuvimos en eso casi toda una tarde, hasta que nos cansamos y para evitar un posible altercado por nuestra deserción, nos escapamos al mejor estilo de las películas de  Hollywood. Aprovechamos un  descuido de ellos y nos encaramamos prontamente y en marcha en uno de los muchos  rickshow de bicicleta que pasaban  por la calle. Ellos al percatarse de  nuestra ausencia nos buscaron  afanosamente  e inútilmente con la vista y nosotros agachados, ocultos dentro del vehículo los “espiábamos” aliviados y complacidos.
                              
        .…….El equipo  foto-cinematográfico al fin fue vendido con un regateo, en que los comerciantes indios eran verdaderos especialistas. Estos artículos, de importación, eran costosos  por los altos impuestos aduanales. Eran muy buscados y apreciados. Con lo recaudado suplimos las  necesidades más urgentes. No nos podían enviar más dinero desde Buenos Aires, porque  las leyes argentinas, (en la época que existía el control de cambio)   solo autorizaban el envío al exterior de solo cien dólares por mes y por persona. Nos quedó un grabador Sony que cambiamos al partir, en un comercio del hotel donde estábamos alojados, por un juego de ajedrez, que nos aseguraron que era de puro marfil y una bellísima y  pequeña lámpara del mismo material. Al tasarlo en Buenos Aires, resultó el ajedrez hecho con marfil recuperado y amalgamado. Sin embargo fue altamente valorado por el exquisito tallado que tenía y donde ya no importaba el material. La lámpara resultó ser de verdadero marfil y también magníficamente tallada.  El ajedrez fue regalado a un amigo y la pequeña lámpara que representaba a la diosa Saraswati, lamentablemente  se quemó por colocarle erróneamente un bombillo  de mucha intensidad.  Como dato ilustrativo diré que compramos en la India una excelente cítara (sitar) que llevó el maestro a Buenos Aires y que se  vendió  por el alto precio que ofreció un coleccionista.

…… Con este instrumento Tamara tomó clases de música india con un profesor. Era éste un calificado músico que nos deleitó ejecutando armoniosas “ragas”. De grata recordación fue su despedida en la estación ferroviaria de una ciudad de la que olvidé el nombre.  Mientras esperábamos la partida nos dió un extenso y grato recital de   esa maravillosa música.

……Asistimos a un almuerzo de religiosos de la mas variada procedencia y aspecto. (Probablemente fue  en Cuttack). Los comensales, que éramos muchos nos sentamos uno al lado del otro, como si estuviéramos ante una larga mesa, pero en el piso, a la usanza tradicional de la India.  Nos sirvieron la comida sobre hojas de plátano extendidas en el suelo. Fue el clásico   menú de la India: Arroz, dahl (lentejas) y las variadas salsas picantes. Es extraño que las comunidades religiosas rechacen enérgicamente   el consumo del inocente ajo y la cebolla por considerarlos alimentos afrodisíacos o de parecida interpretación y sin embargo consuman  sin la  menor moderación,   el picante,―que supongo― es un estimulante  irrefutable de los sentidos.
 Comimos allí con  bastante  incomodidad física, por el largo tiempo así sentados. La costumbre india de comer con las manos,  no carente de algún estilo o modo, requiere cierto aprendizaje.  No teniéndolo yo,  trataba de imitar como hacían los demás y así superar  La memoria visual la ubica en unas modestas instalaciones del ashram,  próximas  a la playa del Ganges, creo que en horas de la  tarde: En ese recinto se efectuaron algunas iniciaciones En la ceremonia además de hallarse presente Swami Chidananda   había más personas presentes, una de ellas fue Swami Krishnananda. Participé como fotógrafo, documentando gráficamente las ceremonias- Mis recuerdos se diluyen, solo ubico a Chidananda y Krishnananda eligiendo el nombre para los iniciados.
Al finalizar la ceremonia Swami Chidananda me ofreció con la mayor naturalidad y cortesía iniciarme en Sanyasa, (voto de renuncia) si ese fuera mi deseo.  Lo hizo de manera  reservada, discreta. Me sentí sumamente honrado con la proposición y agradecí el gesto del maestro. Decliné su ofrecimiento con el mayor respeto y consideración, además con un sereno sentimiento de  devoción y aprecio.  En aquel momento aún no alcanzaba a comprender el significado del mensaje contenido en sus palabras. Hoy día, con muchos más años encima, interpreto aquella, su propuesta con absoluta precisión y logro descubrir el motivo de su ofrecimiento.  Desde aquel momento doy fe que el maestro Swami Chidananda me ha animado espiritualmente y puedo afirmar con total seguridad de haber evidenciado --en muchas oportunidades-- su divina presencia.

…….En una ocasión hicimos un viaje en un auto de alquiler con chofer.   Este servicio era proporcionado  por una agencia gubernamental. No recuerdo nuestro destino, ni de donde partimos.   Solo  tengo presente que a los costados de  la carretera que atravesábamos, por kilómetros,  marchaba una multitud de personas unos tras otros.   Eran refugiados de Pakistán, que motivados por la guerra, que en ese momento existía, buscaban socorro en territorio indio. Transitábamos en el carro a velocidad corriente, cuando inesperadamente un hombre se cruzó en el camino. No hubo tiempo ni de frenar. El vehículo lo embistió y el desdichado pasó  sobre el techo,  cayendo al pavimento luego. Impresionado, y de inmediato exhorté al chofer que se detuviera para auxiliar a la víctima, inútilmente. Sólo atinó a acelerar aún más hasta llegar rápidamente a un puesto policial de carretera. Allí informó lo sucedido y las autoridades enviaron al lugar del hecho a  una comisión. Al regresar nos informaron que el hombre había muerto. Permanecimos un tiempo en la estación policial hasta terminar el trámite correspondiente. Ya el viaje se había perdido, así que regresamos al punto de partida. En el regreso el chofer, me ofreció cordialmente  los motivos  porque no se había detenido al atropellar al infortunado transeúnte. ―Fue por nuestra  seguridad, explicó. ―Nunca se sabe como puede reaccionar esa gente, tan agobiada  y abatida por sus problemas. Y siguió,……..        ―Poco podíamos hacer por él, yo sabía del puesto policial cercano y allí me dirigí prontamente a informar lo sucedido…… Sin dudarlo le di la razón.

        ……En Delhi  tomé un taxi,  no recuerdo con que destino. El chofer muy charlatán y preguntón   me daba bastante conversación durante el viaje, hasta me ofreció un lugar para hacer sexo. No acepté pero  el hombre insistió porfiadamnte y reiteradamente. Inútil fue persuadirlo, me llevó hacia un lugar irreconocible para mí. Un suburbio no muy distante de la ciudad. Era una calle poco transitada, con casas aisladas. Paró el carro, bajó y me dijo que esperara un momento. Se dirigió a una de las viviendas y al poco rato salió y me invitó a acompañarlo. Lo seguí a desgano deseoso de  dar término a la embarazosa situación.  Entramos a lo que parecía ser una casa de familia. Había una mujer madura con aires de madama, muy emperifollada y sonriente. Estábamos en una sala con mobiliario corriente. La mujer con una seña me indicó que esperara y salió por una puerta. El taxista con su turbante, su cara sonriente y expectante  estaba  a un lado,  apartado.  Al momento se abre la puerta y sale la mujer trayendo  de la mano a una niña  como de unos diez años  y seguida por otras todavía más pequeñas, serían unas cinco. La última entra rezagada, cohibida y cabizbaja, tendría unos seis años. Todas son muy delgadas  y escuálidas y en   sus rostros de inocencia hay miedo y vergüenza.  Se alinean una al lado de otra, ante mi vista, con sus piernitas  juntas  y sus bracitos  firmes a sus costados, en un ofrecimiento enseñado,  obligado e  inequívoco.  No esperaba encontrarme ante esto, como tampoco  imaginaba el  nivel de aberración  de esos dos proxenetas. Eran la perversión y el cinismo juntos.   Me dio tanta  tristeza, como ira, esta insólita exhibición. La mujer, al ver la  expresión de  mi rostro,   comprendió  en un instante mi parecer y de inmediato mandó salir a las niñas, más por temor que por otra cosa. Molesto y sabiendo que sería desacertada e inútil cualquier imputación, salí  prontamente  guardándome los  comentarios.  El chofer cohibido y servil me siguió y adelantó para abrirme la puerta del carro. Arrancó presto,  llevándome  a mi destino sin pronunciar una palabra.

……..La mendicidad es en la India una actividad endémica altamente desarrollada. Al principio de nuestra estadía nos conmovían con sus súplicas, y así nos  sentíamos obligados  a corresponder con alguna moneda.  Con ello conseguíamos que nos siguieran una multitud implorante e  incansable que nos acosaban tenaces, sin darnos tregua. La mendicidad era allá   como en muchas partes, una actividad profesional y en este país  aún más, por la precariedad de los recursos y la sobrepoblación.    Con el tiempo aprendimos a superar esta incómoda situación. Al ignorarlos y no tomarlos en cuenta, como si no existieran,  se moderaban y abandonaban el acoso. Caminando por las ciudades más populosas nos  abordaban uno tras otro. La fórmula era siempre la misma: simplemente desconocer su presencia, sin el menor gesto o palabra. Si alguien se llegara a molestar, ellos sin duda insistirán porque saben que  en algún momento la víctima entrará  en crisis y para superar el trance no le quedará otra alternativa que darles algo para dominar la situación. Tienen todo el tiempo y la paciencia del mundo. De nada valdría, cambiar de dirección, correr, pararse, sentarse o agredirlos,  con esta actitud ellos saben que el  acosado ya perdió  la partida y que más temprano que tarde conseguirán su objetivo.

 …..En algún lugar, donde circulaba mucha gente, vi a un hombre, que solo era una cabeza con su tronco. Carecía de brazos y piernas. Puesto en el suelo sobre unos trapos, en posición erguida, con el torso apoyado sobre una pared, frente a una lata con monedas esperaba impasible despertar los sentimientos de los transeúntes, mientras cerca,  alguien de quien dependía vigilaba el ambiente con estudiada indiferencia.       

        ….Durante un corto tiempo caminé descalzo como un asceta,  por donde me dispusiera a andar.  Lo hice por  sendas, caminos, pisos interiores y hasta por calles y avenidas como las de Nueva Delhi. Allí hube de soportar  el asfalto calentado por el sol, aunque creo que  las piedrecillas de camino eran aún peores.

       ….El transporte en este país, tenía una gran diversidad de opciones. Había taxis, todos negros y de la misma marca que circulaban esquivando vacas, transeúntes y tanta otra cosa se cruzare haciendo sonar intermitentemente la corneta.
Autobuses enormes y antiguos tan repletos de pasajeros masculinos que por sus ventanillas afloraban cabezas con sus troncos, nalgas, piernas,  brazos, todo apretujado y encajado,  amén de los colgados, enganchados, sujetados, entrabados y pare usted de contar. Y si todo ello fuera poco también incluiremos a los que viajaban en el techo. En la parte trasera, estos autobuses llevaban una enorme rueda de repuesto. Allí se encaramaban los que corrían detrás de ellos, después de dar un acrobático salto en plena marcha. (Supongo que allí nadie pagaría pasaje)
Existían motos con carrocería  y con  asientos, de las más variadas  formas y capacidades. Camionetas de carga transformadas para el transporte de pasajeros,  rickshows de bicicleta y de a pié, carros arrastrados por bestias de tiro, de toda clase. .
Los trenes a pesar de algunos inconvenientes funcionaban relativamente organizados. Eran unos de los tantos legados del colonialismo inglés. Ellos se usaban para largas distancias y  se podía llegar casi a cualquier parte a un costo económico. Había una gran diversidad de clases y comodidades. A menudo circulaban con atrasos y demoras, fieles al estilo indio, donde el apuro es irremisiblemente innecesario y desventajoso. (Hoy comparto esa opinión)   Nosotros  también afortunadamente, sin mayor apuro, solíamos a viajar,―a excepción de mis viajes nocturnos a Nueva Delhi, sumamente incómodos― en unas cómodas cabinas privadas, de las que nunca, según recuerdo, tuvimos  mayor disgusto. En una oportunidad y creo  por gestión de Swami Chidananda viajamos en una cabina que llamaban Suite.  Lujoso, amplio y cómodo compartimiento  mantenido en perfecto estado, ―era de la época en que los ingleses administraban el ferrocarril― todavía conservaba unas ingeniosas y arcaicas  instalaciones de aire enfriado con hielo, que en aquel período funcionaban a la  perfección.
Lamentablemente los trenes no tenían servicio de cafetería o restorán y siempre era un problema a las horas de las comidas. En las estaciones solo podíamos disponer de te sin azucar y galletas.
                          Solo en una oportunidad, sorpresivamente encontramos pollo asado,―eran francamente escuálidos y pequeños― que los occidentales  y otros que allí viajábamos agotamos en un instante.
                                                                                                                             
…..Entre tantas festividades religiosas del Hinduismo, todas impregnadas de verdadera devoción  existe  una que corresponde a nuestro carnaval que allá como aquí es una compensación a todo  aquello de cumplimiento estrictamente espiritual y de abstinencia.   Se le llama  Holy……. Desconociendo la celebración, me tocó en la calle soportar las manifestaciones propias de esta festividad. Me lanzaron toda clase de líquidos coloreados, harina y algunas otras cosas. Me abrazaban y me alzaban en medio de risas,  algarabía y entusiasmo.  Acepté todo como una situación inevitable, aunque incómoda y hasta en lo posible compartí en mi medida con ellos su frenesí.  Regresé al hotel sin poder realizar las diligencias por las que salí. Las ropas, por los líquidos coloreados se dañaron definitivamente.

….. Asistimos a muchos Sat Sangs que se celebraron en Ashram Sivananda, en el antiguo salón de reuniones que estaba en la parte más alta  y costaba llegar allí por lo empinado del terreno. En particular recuerdo uno conducido por Swami Chidananda,  en el cual se  agasajaba a la divinidad: Sri Krishna. El maestro de música ejecutó con su armonio portatil,  ―que se toca con una mano y con la otra se activa el fuelle que adosado en la parte posterior del instrumento,  expele el aire para que surja el sonido― himnos de alabanza a la divinidad. Acompañaba estos con su voz y con  entusiasmo místico y fervoroso muy notorio honraba a las divinidades. De acuerdo a la tradición india en que los fieles en los templos glorifican y alaban a las deidades. (Conocía yo de trato a este swami músico,  al asistir algún tiempo a sus clases que comenzaban antes del amanecer)  

…. Una emocionada evocación llega a mi mente y es un encuentro con Swami Chidananda, en su lugar de trabajo como  presidente de la Divine Life Society. Nos recibió con la humildad  y la cortesía de siempre, habló con cada uno de nosotros, nos aconsejó y nos bendijo. Creo,  que  fue esta la última vez que personalmente nos vimos, en lo que a mi respecta.

……Es oportuno anotar de que manera cocíamos  los alimentos a  orilla del Ganges. Allí era imposible o difícil  conseguir leña o carbón. No existía en sus proximidades ni un solo pequeño árbol, del que fuera fácil disponer de sus ramas para utilizarlas como combustible.  Sin embargo abundaban lo que en Venezuela llaman chamizas, que no son otra cosa que unos arbustos extremadamente delgados y largos, que secos se encienden con facilidad y logran mantener hirviendo una olla lo suficiente para cocer perfectamente los vegetales que consumíamos.  Nuestra dieta. vegetal  básica consistía en  papas, zanahorias, berenjenas,  lentejas, tomates, mangos, cambures, etc. Entre los alimentos de origen animal,  además de los referí con anterioridad contaba el queso.
 La cocina del Ashram preparaba diariamente  y gratuitamente el menú tradicional de la India, consumido principalmente por los sadhus,  peregrinos y cualquier otra persona que quisiera alimentarse.
   Existían en las proximidades algunos restoranes, que en aquella época solo preparaban comida india.

……..Ya próximos a partir de la milenaria India que nos acogió durante largos meses, significaba entre otras tantas cosas, el cambio de vestuario. El tradicional dhoti y la larga camisa, hubieron de reemplazarse por una ropa  de uso corriente. Lo más práctico era sin duda un bluejean y una camisa normal. Pero en la India no era fácil conseguir esas prendas. Ellos también usan pantalones, pero al estilo hindú, que son completamente entubados. Estábamos en Nueva Delhi, una ciudad cosmopolita y buscamos esas prendas en los almacenes corrientes de ropa, inútilmente. Consultando nos indicaron  una tienda  de ropa occidental que disponía ese vestuario. Allí fuimos y realmente no solo había pantalones vaqueros, sino todo lo  occidental que era posible imaginar. Allí vimos zapatos, trajes, sombreros, camisas, corbatas, etc., etc. La decoración y el mobiliario de la  tienda eran similares  a los de  cualquier negocio de ese tipo en América o Europa. Era un  amplio local, lujoso,  de buen gusto y con aire acondicionado. El piso completamente alfombrado, los mostradores de madera marqueteada, las vitrinas  internas iluminadas y los empleados, todos hindúes,  vestidos  al mas tradicional estilo europeo, con camisa,  corbata y pantalones de casimir y los clásicos zapatos abotinados.  Su atención era, amable y respetuosa, pero distante, propia de esos negocios caros y elegantes. Compramos un bluejean, una camisa  de manga corta y un par de sandalias de cuero. Todo muy caro y el dinero no alcanzó para más. Así,  con ese escueto vestuario partimos de la India y recorrimos la ruta hacia occidente, y salvando las distancias,  la misma  que atravesó la corriente civilizadora, llevando su  milenaria cultura.

…….Entre los recuerdos sueltos que quedaron en el tintero  hay uno que corresponde a un anciano swami que nos visitaba asiduamente en nuestro albergue en Rishikesh. Lamento no recordar su nombre. Fue discípulo directo de Swami Sivananda, desde los inicios de la instalación de su Ashram, en  el lugar donde este  propiamente se encuentra y donde estábamos  Ahora viene a mi mente  su denominación correcta es:  Sivanandanagar (creo que significa lugar donde nació Siva) y está en las afueras de Rishikesh. Nos relataba este religioso los comienzos del primitivo Ashram con su maestro,  donde todo había de hacerse. Recuerdo cuando nos describió el proceso de  decantación que había que hacerle al  agua turbia que traía el Ganges en la época de lluvias, para beberla.

…..Observo con la mente la farmacia de medicina Ayurvedica que quedaba cercana a nuestro albergue. Tenía el mismo antiguo  estilo de esos comercios de occidente en épocas pasadas. Con sus mostradores y vitrinas de roble, sus frascos en los estantes delicadamente ordenados. (Seguramente bajo influencia inglesa)  Esta es la medicina tradicional de la India y se fundamenta entre otras cosas en hierbas con propiedades medicinales. Veo a sus empleados, todos con turbante y su amistosa sonrisa. Allí llegaba mucha gente, atraída por el  ambiente de espiritualidad que existía en el lugar.

……En Sivanandanagar, cerca  del correo encontré en una oportunidad  un perro de gran tamaño, (su cerviz llegaba casi  a mi cintura) muy parecido a un lobo. Era  hermoso y amigable  con un aspecto semejante a los ejemplares llamados:  pastores siberianos, ―que ahora abundan aquí― pero mucho más corpulento. Su cuello guarnecido por un collar de filosas púas, le daban un aspecto de perro de presa,  lo que ciertamente  era. En los Himalayas, ―según nos relató su amo― existen tigres, que se ceban con ganado y eran estos perros los  eficaces colaboradores de los pastores para controlar a las fieras.                

……Otro recuerdo que viene a mi mente tiene que ver con el tango. Es la incompatible relación de esta música con el Ganges. Sin embargo la inconfundible voz de Edmundo Rivero, entonando entre otras, sus milongas mas “reas” y arrabaleras se hicieron oír, por medio de un cassette,  en la mansa  quietud de la orilla  del río sagrado, sin alterar ni un ápice su  condición…. Y es que todo, en su verdadera esencia no escapa a lo divino. Todo parte de una única fuente, donde la pureza es la constante…… Y creo que aquí daré  por terminada la crónica de aquel viaje a la India, ya distante en el tiempo. Hay muchas cosas olvidadas, datos y nombres perdidos, pero en fin,  algo  ha quedado.  Por mi parte reitero, que me deleité al rememorarlos y escribirlos. Fue una agradable  experiencia.

                                              Juan Yáñez
                                              San Juan de los Morros, Venezuela.
                                              Octubre de 2007

Material gráfico: Sivananda Ashram, Rishikesh, India.   es123rf.com